domingo, 17 de noviembre de 2013

Toshirô Mifune



Entre los actores japoneses destaca especialmente el singular Toshirō Mifune, un actor de rasgos duros y de una fuerza, carácter y capacidades actorales realmente sobresalientes. El caso es que nunca estudió interpretación, no le dejaron. Cuando tuvo la intención de emprender estos estudios suspendió los exámenes de acceso a la Escuela Dramática y como consecuencia le comunicaron que no tenía talento para prosperar en la profesión. Por suerte un director se fijó en el y lo recomendó para sus primeros papeles, entablando muy pronto una duradera colaboración con Akira Kurosawa. Cuando se hizo famoso le preguntaron sobre sus estudios y este respondió que sus estudios de interpretación no eran otros que "Akira Kurosawa", y es que el director japones convirtió a Mifune en su actor fetiche y juntos rodaron durante 17 años nada menos que 16 títulos entre los que cabe destacar obras tan apreciadas como "Rashomon", "Los siete samurais", "La fortaleza escondida", "El idiota", "Yojimbo" o "Barbarroja", algunas de las cuales le reportaron importantes premios en festivales cinematográficos por toda Europa.

Akira Kurosawa y Toshirô Mifune

Kurosawa, recordando su primer trabajo juntos, recordaba en su autobiografía: 

"Mifune poseía una clase de talento que no había encontrado anteriormente en el mundo del cine japonés. Consistía, sobre todo, de la velocidad con la que se expresaba así mismo; era sorprendente. El actor japonés promedio hubiera necesitado diez pies de película para lograr mostrar una impresión, un sentimiento; Mifune solo necesitaba tres. La rapidez de sus movimientos era tal que en una sola acción expresaba lo que le tomaba a los actores ordinarios tres movimientos para expresar. El proyectaba todo hacia delante de una forma directa y con gran determinación, poseía el más agudo sentido del timing que haya visto jamás en un actor japonés. Y, además de su rapidez, poseía una sorprendentemente fina sensibilidad". 

Mifune en "Los siete samurais"

La relación entre el director y el actor fue deteriorandose poco a poco, sobre todo a raíz de un incidente durante la filmación de la película "Yojimbo". Kurosawa se quejo al actor de que algunos actores estaban llegando tarde al set de rodaje a lo que Mifune le contestó: "¿qué estas diciendo? ¿qué actores? yo soy el actor". Desde ese momento, Mifune se presentó todos los días a las 6 de la mañana en el set, totalmente preparado y maquillado. Esta postura que mantuvo tercamente hasta el final del rodaje llevo a otros desencuentros que tuvieron como colofón la ruptura total entre ambos durante el rodaje de la esplendorosa "Barbarroja" (1965) existiendo serios rumores de que incluso llegaron a las manos. 

No volvieron a entablar relaciones hasta el año 1993, fecha en la que coincidieron en el funeral del actor y amigo de Mifune, Ishiro Honda. Tras cruzarse sus miradas ambos se abrazaron y derramaron alguna que otra lagrima aunque no hubo tiempo de retomar la relación profesional. 

Mifune en "Rashomon"

Pero Mifune no solo tuvo éxito al lado de Kurosawa sino también con otros grandes directores como Masaki Kobayashi o el gran Hiroshi Inagaki con quien rodó la valorada trilogía "Samurai" y en la que dio vida a Musashi Miyamoto. La obra fue merecedora del primer Oscar a la mejor película extranjera en 1955. Por sus facciones, cercanas a las occidentales, tuvo una fácil aceptación e incluso llegó a rodar alguna película fuera del Japón. Entre sus últimas obras cabe recordar su papel como Toranaga-San en la exitosa serie estadounidense "Shogun" en la que daba replica a Richard Chamberlain. Falleció en 1997 a los 77 años.

Milán Kundera.- La Inmortalidad


"El famoso pintor Salvador Dalí y su mujer Gala, cuando eran ya muy mayores, tenían un conejo amaestrado al que querían mucho y que no se alejaba nunca de ellos. En una ocasión tenían que hacer un largo viaje y estuvieron discutiendo hasta muy entrada la noche qué hacer con el conejo. Era complicado llevarlo y era difícil confiárselo a alguien, porque el conejo desconfiaba de la gente. Al día siguiente Gala cocinó y Dalí disfrutó de una comida excelente hasta que comprendió que estaba comiendo carne de conejo. Se levantó de la mesa y corrió al retrete donde vomitó al amado animalito, al fiel amigo de su vejez. En cambio Gala estaba feliz de que aquel a quien amaba hubiera penetrado en sus entrañas, las acariciara y se convirtiera en parte del cuerpo de su ama. No existía para ella una realización más perfecta del amor que la de comerse al amado. En comparación con esta fusión de los cuerpos, el acto sexual le parecía sólo una ridícula cosquilla.
Laura era como Gala. Agnes era como Dalí. Había mucha gente a la que quería, mujeres y hombres, pero si por un curioso convenio se estableciese como condición para la amistad que tendría que ocuparse de sonarles sus narices con regularidad, hubiera preferido vivir sin amigos. Laura, que conocía la repugnancia que estas cosas le producían a su hermana, la atacaba: «¿Qué significa la simpatía que sientes por alguien? ¿Cómo puedes excluir el cuerpo de esa simpatía? Si a una persona le quitas el cuerpo, ¿sigue siendo una persona?».
Sí, Laura era como Gala, perfectamente identificada con su cuerpo, en el que se sentía como en un habitáculo magníficamente instalado. Y el cuerpo no era solamente lo que veía en el espejo, lo más preciado estaba dentro. Por eso los nombres de los órganos corporales se convirtieron en componentes predilectos de su vocabulario. Cuando quería expresar la desesperación hasta la que la había llevado el día anterior su amante, decía: «En cuanto se fue, tuve que vomitar». A pesar de que Laura hablaba con frecuencia de sus vómitos, Agnes no estaba segura de que su hermana hubiera vomitado alguna vez. El vómito no era para Laura verdad, sino poesía: una metáfora, una imagen lírica del dolor y el desagrado.".



"Lo que somos, solo eso podemos ver. Todo lo que poseía Adán, todo lo que César podía hacer, tú lo posees y lo puedes hacer. Adán consideró que su casa era el cielo y la tierra; César consideró la suya Roma; tal vez tú consideres la tuya una zapatería, un centenar de acres de tierra arada o una buhardilla de estudiante. Pero línea por línea, punto por punto, tu dominio es tan grande como el de ellos, aunque no ostente nombres solemnes. Construye, pues, tu mundo."


(Ralph Waldo Emerson)

Imagen: Andrew Wyeth, el mundo de Cristina