miércoles, 5 de junio de 2013

Luis Cernuda.- Si el hombre pudiera decir lo que ama...




Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad
de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquél que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en
alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia
mezquina,
por quien el día y la noche son para mí lo que
quiera.

Y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad porque muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he
vivido.

Imagen: Escultura de Houdon, de Versalles

Albert Camus.- La caída (fragmentos)



“Somos unas extrañas y miserables criaturas, y por poco que reflexionáramos sobre nuestras vidas, no faltarían las ocasiones de asombrarnos y de escandalizarnos a nosotros mismos”

“Créame, las religiones se equivocan a partir del momento en que hacen moral y fulminan con mandamientos. No se necesita a Dios para crear culpables y castigar. Nuestros semejantes bastan, ayudados por nosotros mismos. Usted ha hablado del juicio final. Permítame que me ría respetuosamente. Le estaba esperando a pie firme: he conocido algo mucho peor, que es el juicio de los hombres.”

“Entonces la única utilidad de Dios sería garantizar la inocencia y yo más bien vería a la religión como una gigantesca empresa de lavandería”

“No espere al juicio final. Tiene lugar todos los días”

“¿Sabe usted por qué crucificaron a aquél, ese en quien usted está quizá pensando en este momento?”. “La verdadera razón es que él sabía que no era del todo inocente. Si bien no llevaba el peso de la culpa de que era acusado, otras habría cometido, aunque ignorara cuáles. Además, ¿las ignoraba? Después de todo la culpa ya estaba en sus comienzos; debía haber oído hablar de cierta matanza de inocentes. Los niños de Judea asesinados mientras sus padres le llevaban a él a lugar seguro, ¿por qué habían muerto los otros sino por culpa suya? Claro está que él no lo deseaba. Aquellos soldados ensangrentados, aquellos niños descuartizados le horrorizarían. Pero tal como él era, estoy seguro que no lo pudo olvidar”

“Sabiendo lo que sabía, conociendo todo del hombre(…), confrontado día y noche a su crimen inocente, se hacía demasiado difícil para él mantenerse en pie y continuar. Más valía no defenderse, morir, para no seguir siendo el único con vida y para ir a otra parte, a un lugar donde quizá le apoyarían. No fue apoyado, se quejó y, para rematarlo todo, fue censurado. Sí, creo que fue el tercer evangelista el que empezó a suprimir su queja. “¿Por qué me has abandonado?”. Era un grito sedicioso, ¿no es cierto? ¡ Y por lo tanto, las tijeras!”

“Sí, en este mundo se puede hacer la guerra, imitar el amor, torturar al prójimo, exhibirse en los periódicos,  o simplemente hablar mal del vecino haciendo calceta. Pero en ciertos casos, continuar, únicamente continuar, resulta sobrehumano”

“Entonces, ya que todos somos jueces, todos somos culpables los unos ante los otros, todos somos cristos a nuestra mala manera, crucificados uno a uno y sin saberlo. O al menos lo seríamos si no fuera porque yo, Clamence, he encontrado al fin la salida, la única solución, la verdad al fin…”

“Por tanto hay que empezar por extender la condena a todos, sin discriminación, a fin de empezar a diluirla”. “Se acabaron las excusas para todos, nuna más, ése es mi principio de partida. Niego la buena intención, el error apreciable, el paso en falso, la circunstancia atenuante.”
“Estoy del lado de cualquier teoría que niegue la inocencia del hombre, y a favor de cualquier práctica que le trate como a un culpable”

“Cuando todos seamos culpables, entonces viviremos en democracia”


El monitor romano



Hoy día puede ocurrir que lleguemos a ser esclavos del monitor de nuestro ordenador o incluso del monitor del gimnasio, pero en los tiempos del imperio romano la cosa era muy distinta; entonces se llamaba monitor al esclavo que acompañaba a su señor por la calle o a los actos públicos para recordarle los nombres de las personas con las que se iba encontrando y de las que en teoría debía recordar su filiación y puesto que ocupaba; también tenía como misión acompañar a los oradores al foro donde se encargaban de recordarle o presentarle documentos y objetos que habían de servirle para su exposición. En cierto modo este tipo de ayudante sigue existiendo en reuniones de determinado nivel, aunque desconozco si se le puede aplicar el nombre de monitor, resultándome más propio el de asesor.

El cuadro que acompaña el texto es obra del pintor holandés de Sir Lawrence Alma Tadema (1836-1912) y tiene por título "Entrada en un teatro romano" (1866) y bien podemos imaginar que uno de los personajes hace las veces de monitor.

El Vizconde de Mirabeau y el vino

 
 

El famoso orador y tribuno de la Revolución Francesa Honoré Gabriel Riquetti (1749-1791) más conocido por el Conde de Mirabeau, tenía un hermano, André Boniface, Vizconde y vividor, el cual gozaba de una gran fama de borracho y glotón, y en verdad lo era por lo que lo apodaron "Mirabeau-Tonneau" o lo que es lo mismo "Mirabeau-Tonel". Pues bien, éste tenía un criado que también bebía, así que un día harto ya de la situación le dijo:

-"Tengo que despedirte, a pesar de que nunca me has dado motivos de queja". 

 Quiso saber el sirviente el porqué de su repentino despido, y su señor le contestó:

-"Porque te has empeñado en emborracharte los mismos días que yo". 

 El criado, tras una reflexión, se disculpó y alegó en su favor:

-"Señor, no es culpa mía, sino de Vos, ya que os emborracháis todos los días".
En otra ocasión, el Conde de Mirabeau, muy enfadado por los comentarios que llegaban hasta él de la fea conducta que procesaba su hermano menor, y sobre todo por las veces en que lo había dejado en evidencia, un buen día le dijo:

-"André, eres la oveja negra de la familia; de todos los vicios posibles has cogido el peor: la bebida".
A lo que replicó:
-"Hermano, de todos los vicios existentes, éste es el único que me habéis dejado, ya que vos tenéis todos los demás juntos". Y tenía razón, pues éste llevaba una vida disoluta a imagen y semejanza de su hermano mayor el Conde.

En la ilustración que acompaña al texto se puede ver al Vizconde de Mirabeau, André Boniface, en una imagen jocosa de la época en la que sus vestidos están conformados por toneles, jarras y botellas.

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