martes, 19 de marzo de 2013

Marc Chagall.- mi vida




" Todo me parecía misterioso y triste en mi padre. Imagen inalcanzable. Siempre cansado, preocupado, tan sólo su mirada ofrecía un reflejo suave, de un azul grisáceo.
Con su uniforme, grasiento y sucio por el trabajo, con anchos bolsillos de donde sobresalía un pañuelo rojo apagado, regresaba a casa, alto y flaco. La noche entraba con él.
De sus bolsillos sacaba un montón de pasteles, de peras confitadas. Con su mano arrugada y sucia las repartía entre nosotros, los niños. Llegaban a la boca más deliciosas, sabrosas y translúcidas que si vinieran de la fuente de la mesa.
Y una noche sin los pasteles y las peras que salían del bolsillo de papá era una noche triste para nosotros.
Sólo se llevaba bien conmigo, este corazón del pueblo, poético y aturdido por el silencio.
Ganó, hasta el final de sus mejores años, poco más de veinte miserables rublos. Las pequeñas propinas de los compradores tampoco hicieron mejorar su sueldo. Pero mi padre no fue un muchacho pobre.
La fotografía de sus años de juventud y mis incursiones en el guardarropía me demostraron que mi padre se casó con mi madre dotado de una cierta fuerza física y financiera que le permitió regalarle—a una chica joven de baja estatura que todavía creció después de casarse— una magnífica bufanda.
Cuando se casó, dejó de mandar su sueldo a su padre y llevó su propia casa. Pero antes quisiera terminar el perfil del abuelo barbudo. No sé si durante mucho más tiempo se dedicó a enseñar a sus alumnos. Dicen que fue un hombre respetable.
Cuando visité su tumba con mi abuela—hace diez años—y estuve mirando el monumento, no tuve la menor duda de que había sido un hombre honrado. Un hombre valioso, un santo. Descansa cerca del río, en la valla negra donde corre el agua turbia. Bajo la colina, cerca de otros «santos» muertos hace tiempo. Aunque erosionada, se ha conservado bien, la lápida con las inscripciones en hebreo: Aquí descansa...

Imagen: Marc Chagall.- Mi padre