martes, 19 de febrero de 2013

Joan Blondell: ¡A quien le importa la edad!



En cierta ocasión alguien muy cercano a la actriz Joan Blondell le aconsejaba que con fines publicitarios tomara la precaución de quitarse cinco años de edad. No tuvo dudas en seguir su... consejo, y supongo que no echándole mucha cuenta a eso de los años, se quitó efectivamente un lustro pero de su año de nacimiento, con lo que en muchas guías cinematográficas figuraba como nacida en 1909 en vez de 1914, osea 5 años más vieja. Y es que la que vale….

Joan Blondell era considerada como una rubia sexy y divertida, y desde luego como una actriz fundamental para la Warner Bros en la época anterior al rígido Codigo Hays. Durante los años treinta encarnaría a la cazafortunas de la era de la Depresión, y con sus grandes ojos azules, pelo rubio y carácter ocurrente, se convirtió en una de las favoritas del público. Apareció en más películas de la Warner que cualquier otra actriz, por lo que ella misma se llamaba la bestia de carga de la Warner. La popularidad de sus películas fue de gran rentabilidad para el estudio.


 Blondell fue emparejada con James Cagney en películas tales como "El enemigo público" (1931), y fue, junto a Glenda Farrell, una de las dos cazafortunas (Gold diggers) protagonistas de nueve películas. Durante la Gran Depresión, Blondell fue una de las personas mejor pagadas de los Estados Unidos. Su conmovedora interpretación de "Remember My Forgotten Man" en la película de Busby Berkeley "Gold Diggers of 1933" (1933), la cual co-protagonizaba junto a Dick Powell y Ginger Rogers, se convirtió en el himno por las frustraciones debidas al paro y a las fallidas medidas económicas del Presidente Herbert Hoover. En 1937, protagonizó junto a Errol Flynn The Perfect Specimen, basada en una obra del entonces famoso dramaturgo Lawrence Riley.

 Al final de la década había hecho casi 50 películas, a pesar de haber dejado la Warner en 1939. Siguió trabajando regularmente durante el resto de su vida, siendo bien acogida en sus últimas películas. Fue nominada al Oscar a la mejor actriz de reparto por su papel en The Blue Veil (No estoy sola) (1951). También apareció en A Tree Grows in Brooklyn (Lazos humanos) (1945), Desk Set (Su otra esposa) (1957), y Will Success Spoil Rock Hunter? (Una mujer de cuidado) (1957). Poco antes de su muerte trabajó en dos películas de gran éxito, Grease (1978) y The Champ (Campeón) (1979), junto a Jon Voight y Rick Schroder. Además, John Cassavetes la eligió para el papel de una vieja y cínica actriz de teatro en su película Opening Night (Noche de estreno) (1977). También participó en la serie de la ABC TV Here Come the Brides, acerca de la vida en el Noroeste del Pacífico en el siglo XIX.

Blondell se casó por primera vez en 1932 con el director de fotografía George Barnes (1892 –1953). Tuvieron un niño, Norman S. Powell (que llegó a ser un experto productor, director, y ejecutivo televisivo), y se divorciaron en 1936. Su segundo marido, con quien se casó el 19 de septiembre de 1936, fue el actor, director y cantante Dick Powell; tuvieron una hija, Ellen Powell, que fue peluquera de un estudio. Blondell y Powell se divorciaron el 14 de julio de 1944. Se casó con su tercer marido, el productor Mike Todd, en 1947, divorciándose en 1950. Su matrimonio con Todd fue un desastre emocional y financiero. Falleció en 1979 de leucemia en Santa Mónica, California, a los 73 años de edad.


Terminamos con un video de fotografías de Joan Blondell
 


Fragmento de "La sombra del ciprés es alargada" - Miguel Delibes



“La felicidad o la desdicha era una simple cuestión de elasticidad de nuestra facultad de desasimiento. La vida transcurría en un equilibrio constante entre el toma y el deja. Y lo difícil no era tomar, sino dejar, desasirnos de las cosas que merecen nuestro aprecio. Aquí estribaban las posibilidades de felicidad de cada humano: en que su facultad de desasimiento fuese más o menos elástica, en que el hombre estuviese más o menos aferrado a las cosas materiales. Por ello tal vez el secreto básico estuviese contenido en el hecho de no tomar nunca para no tener que dejar nada. Era un remedio negativo, de renunciación, pero, con certeza, el adecuado a mi calidad humana, desprovista de reservas y de capacidad de sacrificio. Lo cuestionable consistía en saber si el hombre tiene alguna probabilidad de subsistir sin aprehender nada, desasido de todo, desconectado de los seres y las cosas que le rodean; si el individuo es capaz de desarrollar su individualidad propia y primitiva sin necesidad de echar mano de recursos extraños a sí.

La cabeza empezaba a calentárseme restregada por el decurso de los primeros razonamientos. Quise imaginarme a un grano de trigo aislado de los demás granos, sin rozarse con ninguno, dentro de un saco; deseé poder concebir un punto de arena en una playa sin conexión alguna con otros puntos; quise aislar una molécula de agua en el seno de la mar, y no me fue posible. La realidad se me imponía con las armas de la lógica. Nada puede existir en el mundo sin una relación de dependencia, de coordinación o de mando. Todo está incrustado en un orden preestablecido, sometido a leyes fatales o voluntarias, pero que por sí hablan ya de una coordinación y un nexo al menos relativos. Deseé imaginarme a un hombre autónomo, independiente de otros hombres y de las cosas en un grado absoluto. Voló mi imaginación a un peñasco solitario del mar mayor del universo. Allí situé a mi hombre imaginario. Le di por oficio el de torrero del faro. Al momento se me impuso de nuevo, implacable, la fuerza de la realidad. Ese hombre venía de algún punto; naturalmente, de otro hombre. El faro debería arder de noche para evitar el naufragio de otros hombres. Sobre esto el torrero había de atender a sus necesidades ineludibles: comer, vestir, cultivar su espíritu. Ya estaba mi hombre encadenado; sujeto a la ráfaga interminable de la dependencia, de la conexión, de la fatal coordinación a otros hombres y a otras cosas. El hombre absolutamente aislado era inconcebible. En ese equilibrio entre el toma y el deja, no era solución posible el no tomar nada para no tener que dejar nada. La encrucijada del desasimiento, en más o en menos, había de llegar forzosamente para todos.”

La famosa foto que acompaña el texto, tomada el 21 de diciembre de 1989, es obra del fotógrafo francés Jean Guichard (1952) y en ella podemos ver a Théodore Malgorne, encargado del faro de La Jument (Ouessant) en la Bretaña francesa que esperaba, con ansiedad, el rescate en medio de aquella tempestad inusualmente fuerte. Salió del faro a recibir al helicóptero de salvamento y sólo en el último instante se dio cuenta de la tremenda ola que amenazaba con engullirlo. Tuvo el tiempo justo de retroceder y cerrar la puerta tras de sí, salvando la vida y dejando esta fotografía que desde entonces es el símbolo de un oficio perdido.


Esta entrada está tomada de la página del escritor José Manuel Pérez Padilla, que os recomiendo sin reservas que visitéis. Os dejo el enlace: http://www.facebook.com/PerezPadilla.Novelas?ref=ts&fref=ts

Chaparrita la divina

 
 
 
Chaparrita la divina



Tiene rojas las mejillas
la falda por la rodilla
si será por la calor.

 Lleva las uñas pintadas
y las cejas depiladas
y los labios de color.

Me da besos a montones
Ardorosos mordiscones
Que a veces me hacen llorar

Ella a veces también llora
y el llanto la decolora
pero se vuelve a pintar.


La letrilla (es solo un fragmento) pertenece a una de las muchas variantes que se hicieron sobre la canción "Chaparrita la divina" (una canción popular de origen aragones o navarro) que hablaba de las chicas un tanto rebeldes a las modas, demasiado recatadas e imperantes en aquellos años. Fue una cancioncilla muy popular entre las tropas durante la guerra civil.

Es imposible encontrarla por ahí, pero el que sepa la tonada sabrá que es preciosa.

La fotografía es de Bassano y tiene por título "Stockings" - 1929

Para los que tengan interés, ponemos el inicio de esta letrilla:

Chaparrita la divina
La que al templo se encamina
por la mañana a rezar
Y a Dios le pide e implora
Que la lleve en buena hora
A su cielo a descansar